Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem
No se puede atravesar el mar simplemente mirando el agua (Tagore).
No sé muy bien en qué consisten los beneficios incrementales. Paso de los 40 años y me llamo Agustín Clavel. Esto se repetía Agustín mientras sus compañeros hablaban de producción, ventas y beneficios. Eran temas que le ponían un poco nervioso. Se defendía mejor en asuntos menos materialistas.
A él le gustaban los temas sostenibles, aunque no siempre acertaba a definirlos, también hacía propuestas conciliadoras, sobre todo cuando no entraban en juego sus intereses. La gran batalla del mercado era, según una expresión suya, “algo cruento y exento de conciencia”.
No, no le gustaba hablar de algo tan prosaico como las ventas y los beneficios. Eso era algo bajo y ramplón propio de espíritus poco elevados. A él le gustaba hablar de ecosostenibilidad y espiritualidad. Hasta se había matriculado en un seminario sobre “autoliderazgo espiritual”.
Agustín estaba en esta ensoñación cuando un compañero suyo le pide:
-Lirio, por favor, ¿quieres acercarme la grapadora?
-Sí, como no. Pero recuerda, mi apellido es Clavel que no Lirio. Aunque, ya entiendo que pueda existir cierta confusión al tratarse de flores.
Las malas lenguas se maliciaban que dicha confusión no era casual, sino que venía de esa pátina beatica de misal de autoayuda que lucía Agustín en su semblante. Las peores, además, añadían que parecía sentirse muy “agustín” con esa imagen profesionalizada de bueno que iba perfeccionando poco a poco con lecturas compulsivas de Paulo Coelho o Deepak Chopra. Se le notaba sobre todo en esa especie de moralina blandengue y soporífera con la que acababa sus comentarios.
-Dime -inquirió uno de sus compañeros- ¿Eres asiduo a sesiones de reiki?.
-Agustín afirmó con la cabeza y añadió- Es que yo no soy nada partidario de esa medicina del corto y receto.
Todo esto sucedía mientras del Ipod de Agustín salía una versión anestesiante de post-new age que impregnaba todo el despacho.
Era apóstol de un panteísmo que le hacía implicarse en exóticas y lejanas causas, practicar cierto naturismo de salón, devorar libros que le ayudaban a canalizar sus energías y embarcarse en retiros espirituales destinados a ordenar sus chakras. Creía que la práctica de todo ello le hacía bueno.
Su compañero cerró los ojos. Dejó de revolver el café que estaba tomando, puso la cucharita en el plato y añadió:
-Y si todo eso que dices que harías, lo tuvieras que hacer aquí y ahora, en los asuntos cotidianos, con tu esfuerzo y recursos, y de manera anónima ¿Lo harías?
La vulgaridad de lo cotidiano, la fatiga del esfuerzo, el riesgo de pérdida de sus recursos y el anonimato de sus actos hacen poco atractiva esta situación para Agustín que, en un alarde de “postureo”, eleva su mirada hacia el techo y sigue sonriendo entre beatico y sublime.
Quién no tiene un «Lirio» cerca? generoso con lo común y discreto con lo propio?