Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem
Procurando lo mejor estropeamos a menudo lo que está bien. Shakespeare
Aquí se trabaja poco y mal, falta implicación. Jamás llegaremos a nada. Es decir, que el día de mañana probablemente hayamos desaparecido. El servicio que prestamos se limita básicamente a servir lo que nos piden y a aguantar el chaparrón, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito en el futuro.
Así de atribulada estaba Camila cuando cayó en sus manos el expediente de un cliente:
-¡Qué es esto! -exclamó zarandeando un documento-. -¿Quién lo ha elaborado? No he visto nunca cosa igual.
-¿Qué ocurre?-balbucea su colaborador-, aspirando aire lentamente.
-¡Por favor, acércate!
-¿Qué pasa? ¿Por qué te pones así?
-¡Qué por qué me pongo así!
Esto pasaba a última hora de la tarde en el despacho de Camila. Al otro lado de la ventana la oscuridad era completa, apenas se distinguían las siluetas de los árboles de la calle. Habitualmente eran horas tranquilas en las que reinaba el silencio. De pie, junto a la ventana y con el expediente en la mano, Camila volvió a romper el silencio:
-Pero, ¿por qué la gente no hace bien las cosas? –y apostilla- Para eso se les paga ¿No?
-Sí, de acuerdo. Pero bien, ¿respecto a qué criterios? –Se atreve a preguntar su colaborador.
-Mira, el hecho de que me preguntes eso ya me indica que no sabes lo que es una cosa bien hecha y menos cómo hacerla.
No, no. Camila no era una de esas profesionales normales, de esas que se conformaban con el placer de las cosas bien hechas. Eso se quedaba para lo que ella llamaba profesionales “apañaos”. Vamos, para profesionales “resultadistas de medio pelo”. El placer legítimo, sí, ese del que te puedes sentir orgulloso, es el que se obtiene haciendo las cosas perfectas.
-¡Ven, mira! No ves lo mismo que yo. Acabo abrir el expediente por esta página y ya me encuentro con esto. Cuando se lo entreguemos a Dirección no sé cómo se lo tomarán.
-Venga, vamos. No será para tanto –acierta a decir el colaborador.
-¡Es que aquí no hay profesionalidad! Te digo que esto es incalificable –dice Camila-. ¿Qué es lo que queremos? ¿Qué nos despidan a todos?
-Hombre. Despedirnos, lo que se dice despedirnos –musita el colaborador.
-“A mí me gusta hacer las cosas bien hechas” –afirmó Camila-. Las cosas se hacen bien, o no se hacen. ¡Qué es eso de que hay muchas maneras de hacer bien las cosas! ¡O las haces bien, o no las haces bien! Faltaría.
Camila pide que las cosas estén perfectas a la vez que cree que las cosas nunca están lo suficientemente bien hechas. No acierta a ver que la perfección se logra cuando no se puede extraer más de una situación. Pero ella, impenitente, sigue dedicando tiempo y recursos a situaciones ya agotadas.