Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem
“Este mundo no morirá de una bomba atómica, morirá de banalidad haciendo un chiste malo de todo”. Ruiz Zafón, C.
Creo que soy un clon de mi jefe. Pero te aseguro que antes yo no era así. Yo era, como te diría, normalito. ¿Que cómo he llegado a esa situación? Te cuento: todo empezó cuando me asignaron el despacho. Estaba en la planta principal, anexo al del Jefe; era pequeño, sin ventanas, un paisaje en un poster suplía esta carencia. Disponía como todo mobiliario de una mesa, dos sillas, un archivador y una percha adosada a la pared. Las llamadas las recibía a través del móvil. A pesar de todo consideré que era un privilegio estar junto al jefe.
—¿Va todo bien? ¿Funciona todo? ¿Ya estás dentro de la intranet? —Preguntó el jefe mientras se sienta en una de las sillas y añade-: Creo que sería oportuno que te explicara cómo funcionamos aquí.
—Gracias. Sí, claro –respondo agradecido.
Voluntarioso, el Jefe comienza la explicación con la inevitable “puesta en situación” desde los orígenes humildes y sacrificados de la organización hasta las metas prometeicas que un esperanzador futuro nos depara. Todo ello previsible y, por tanto, aburrido pero poco doloroso. Lo duro llega cuando refiriéndose a mi situación dice:
—Existe un programa de información para estas contingencias; así como un dispositivo de seguimiento que verificará tu nivel de adaptación al puesto de trabajo.
Aséptico: el programa, informa y el dispositivo, verifica. No hay nada personal en ello. Pero tal vez sea una percepción mía –pienso- mientras mi jefe sigue explicándome: cuando lleves aquí un mes “se balanceará tu situación”, “se valorarán tus resultados” y “se actuará en consecuencia”. La cara del jefe reflejaba esa sensación de que “si no te va bien, yo no tengo nada que ver”. Todo muy limpio, muy profesional.
Superado el capítulo de mi próxima adaptación, comienza con la explicación de mi desarrollo futuro en la organización:
—Se ha inicializado un proyecto que ha de implementarse antes de fin de año si queremos que la empresa esté estratégicamente posicionada. Tu engagement con él es clave para ello.
Observo que elige frases impersonales, llenas de palabras frías y un poco ampulosas cuando hace referencia a la organización. No le basta con decir que se ha de iniciar y terminar antes de fin de año. Tal vez lo vea demasiado vulgar. En cambio, cuando se refiere a lo que se me exige a mi utiliza ese socorrido catálogo de términos en inglés cuya traducción depende mucho de las entendederas vernáculas, pero que siempre queda modernete. Además, y con el ánimo de darse empaque, modula un poco su voz cuando dice:
—«La company policy es apostar por la excelencia», «hay que impulsar modelos de operación eficientes como competitive edge » y «aplicar las guidelines definidas es la prioridad».
Su discurso es una mezcla impersonal de grandilocuencia y sonoridad propagandística.
Ha pasado el mes, he superado la evaluación y me siento como abducido por la asepsia ampulosa del discurso. Me pregunto si hay alguna forma de superar la evaluación sin acabar utilizando las mismas palabras que mi jefe, hablando igual que mis compañeros y, sobre todo, evitando el discurso monocorde que reina en la organización.