El think tank está en la planta de arriba ¿y tú?

Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem

Imagen1“El hábito no hace al monje”. Anónimo

Siempre hay silencio en esa planta, incluso cuando están todos. Los despachos son unos cubículos estancos, cubiertas tres de sus paredes con moqueta y con cristal, la cuarta. De lejos sus moradores parecen animalitos en jaulas de metacrilato.

Cada despacho tiene un cartelito fijado en su puerta anunciando el cargo de su morador. Algunos son breves y concluyentes como el de Presidente, otros ocupan dos líneas en el cartelito e incorporan algún término en inglés. Al ver estos últimos, me viene a la mente aquello de “coche grande, habilidad pequeña”, pero sé que es una mala metáfora y rápidamente la descarto.

Dicen que todos estos cargos son claves. Vamos, que no hay que entretenerlos mucho ni molestarlos demasiado. Que necesitan concentrarse. Que allí todos piensan mucho y bien. A nosotros, los de la planta de abajo, también nos recomiendan pensar, pero, bueno, dentro de unos límites.

Ningún sonido sale de esos despachos. La secretaria que me acompaña a la planta –es que uno no puede subir por propia iniciativa- anda un poco de puntillas para evitar que sus tacones se oigan. Me parece muy considerada y puesta en esos temas del respeto solemne a las personas que piensan. Ella también piensa, pero tal vez no tanto como los moradores de esta planta. ¡Claro, pienso, por eso es secretaria y trabaja en la planta de abajo!

Avanzamos y los cartelitos se suceden: algunos con títulos exóticos, otros un tanto incomprensibles para mis entendederas. Voy unos pasos por detrás de la secretaria. Me han dicho que, cuando desconoces el lugar, has de ir detrás de la persona que te guía. Creo que es por tu desconocimiento del lugar y por protocolo. También me han dicho que no debes mirar muy por encima de los tacones a la persona que va delante, sobre todo si estos son muy altos o subes una escalera, pero de eso no estoy del todo seguro.

Llegamos a la altura de un despacho, la secretaria, con sonrisa fingida, toca con los nudillos el vidrio de la puerta. El pensante que allí habita sabe que esa sonrisa es fingida, pero eso le gusta, es como una muestra de sumisión.

Ya adentrado en el despacho, su morador, sin levantar su cabeza del ordenador, me hace una señal para que ocupe la silla enfrente de él. Es una silla cómoda y elegante con toques minimalistas. Su sillón, en cambio, siendo moderno, no es tan minimalista. Pero creo que eso es debido a que si te pasas muchas horas pensando, pero pensando cosas importantes, es clave que tu sillón supere ese minimalismo y también he oído que disponer de un despacho en la planta de arriba es fundamental. Pero, ya sabes, deben ser solo habladurías.

Ya de vuelta a la planta de abajo me veo engullido en la nebulosa de voces del open space compartido y mis pensamientos se van agotando. Pero no sé si es debido a que estoy en la planta de abajo o es por eso por lo que estoy en la planta de abajo.

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