Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
“No se trata de hacer o solucionar asuntos. Se trata de estar en constante movimiento”. Bauman, Z.
Es 20 de septiembre, y se augura un día largo. Creo que ya me he desperezado del sopor vacacional. Ahora estoy enfrascado en múltiples asuntos.
– ¡Qué!, ¿cómo lo llevas? -me pregunta mi jefe con la mejor de sus intenciones.
-Bien, bien. Ya estoy casi al día -respondo mientras muevo una carpeta de un lugar a otro sin un objetivo concreto.
-Te dejo, que si me entretengo las cosas no salen. Y ya sabes, minuto parado, minuto perdido -dice mientras se aleja presuroso.
El jefe es directo, siempre activo, no le gusta ver al personal parado.Se dice en el departamento que su estado natural es estar permanentemente enfrascado en una urgencia tras otra. Comentan también, pero no sé cuánto hay de verdad en ello, que esta hiperactividad cortoplacista le proporciona la sensación de plenitud de mando. Algunos, supongo que los peor intencionados, dicen que es como el capitán de un barco que, desde el puente, da órdenes sin parar para hacer frente a una tormenta que probablemente se podría haber evitado. Sobre el rumbo y destino, mejor no preguntar. Pero como os digo, los que dicen esto, creo que lo dicen con ánimo del malmeter.
– ¿Ya ha estado por aquí el jefe? -pregunta mi compañero entrando por la puerta.
-Sí, se acaba de marchar. Estará por ahí deshaciendo entuertos, supongo.
Lo suyo es revolotear como una mosca de vuelo corto de un asunto a otro, metiendo la nariz aquí y allá hasta que, por imprevisión y atolondramiento, todo acabe en un gran estornudo. Pero esta es sólo mi percepción.
Accidentes, incidentes y asuntillos son su día a día. Cada tema es un momento único, su perspectiva es el instante y su tiempo minúsculas posibilidades en si mayoría abortadas. Su tiempo es de pintor puntillista, quebrado en mínimos fragmentos coloristas donde el principio y el fin coinciden.
-Yo le veo una persona muy dinámica y comprometida -comenta.
-Y tanto -respondo.
Confieso que mi compañero maneja bien ese vocabulario entre diplomático y adulador, aunque en ocasiones tiene sus cosillas. Una vez le oí decir en privado que el jefe era un hámster revoloteador que corre por no estar parado. Pero se cuida mucho de decirlo en público. Creo que por aquello de no truncar sus posibilidades de prosperar en la empresa.
– Venga, venga, -dice el jefe apareciendo de nuevo-. Tenemos que encarar el fin de año y todavía estamos pensando en lo que tenemos que hacer.
– Ya estamos en ello -respondemos ambos mientras él vuelve a desaparecer por la puerta.
Me debato entre el pensar y el hacer, pero me decido por el hacer. Queda bien ante el jefe y, con un poco de suerte, venderé mi hiperactividad como eficiencia. ¡Quién sabe! Igual, cuela.