Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
Se persigue a los drogatas, pero se fomenta la adicción a la chatarrería electrónica. F. Savater.
-Lo siento, pero he de contestar. Es muy importante.
Lo reconozco, me molesta tanto la interrupción como lo de “es muy importante”. Tal vez tenga un concepto anticuado de la cortesía o un sobre nivel de autoestima.
-Disculpa. Ya estoy por ti -dice volviendo a sentarse en la mesa.
Es una de esas comidas de trabajo donde la función nutriente es la disculpa. La prioridad es empatizar con el otro.
-No tiene importancia. A todos nos pasa alguna vez -añado.
-Bueno, ¿qué tal? -pregunta a la vez que su móvil vuelve a sonar.
-Cógelo, cógelo -digo.
-En cuanto te ausentas todos te reclama -dice saliendo a la terraza del restaurante.
Ya están los primeros platos encima de la mesa y no sé qué hacer: ¿espero? Dicen que es de mala educación no hacerlo. Vale, espero.
-¡Uff! Hay días que son imposibles -comenta mientras vuelve a tomar asiento.
El primer plato está casi frío, pero arriesgarse a ser descortés, no era una opción.
-No pasa nada -añado mientras empezamos a comer.
Aconsejan no hablar de trabajo hasta el momento del café. Pero, claro, mientras tanto de algo hay que hablar. Tengo la opción de recurrir a temas clásicos: las vacaciones, el tiempo; pero opto por uno más modernete como el cambio horario.
-Tal vez para el próximo año nos tocará comer una hora antes. ¿No será demasiado temprano? -comento con ánimo de iniciar una conversación.
-Será mucho mejor -afirma-. Creo que en una encuesta a nivel europeo el 84% está favor de eliminar el cambio de hora. En España sube hasta el 93 %. Vamos, clamoroso.
-Si, pero creo que solo ha participado el 1 % de los habitantes de la CEE -observo.
-Discúlpame otra vez. He de contestar -dice, mientras levantándose vuelve a salir.
El camarero ya trae los segundos platos y, al menos eso me han dicho, para los segundos “no se espera”. Comienzo a comer mientras veo a mi acompañante pasear y gesticular hablando por su móvil. Después de quince minutos vuelve a la mesa y pregunta:
-¿Qué tal está el entrecot? Casi voy a poner en silencio el móvil.
-Muy bueno, aunque mejor cuando lo han traído. Ahora ya ha perdido su gracia.
No lo he podido evitar, ha sido una pequeña venganza por sus ausencias.
-¿Por dónde íbamos? ¡Ah! Lo del cambio de horario. Yo no haría una gran batalla de ello.
-Si, claro, es un tema controvertido -añado mientras intentamos acabar el entrecot.
Ahora el móvil no suena, pero sí destellea y vibra encima de la mesa. Lo mira, me mira, nos miramos y dice: “Disculpa, ya sabes: el trabajo es el trabajo”.
Y yo pensé, y éste, ¿para qué c….. se supone que nos hemos reunido?: ¿Para disfrutar una compañía intermitente, una cortesía posmoderna y un entrecot semifrío? Lo siento, pero es que me estoy haciendo mayor.
El fomento del uso de móvil está siendo el principal catalizador de la falta de comunicación tradicional que teníamos hasta hace pocos años. Pero ¿realmente queremos evitarlo o lo que único que hacemos es darnos golpes de pecho ante una situación que a la mayoría de nosotros no nos gusta?.
¿Realmente estamos dispuestos por ejemplo a dejar el móvil en la guantera del coche en silencio y sin bluetooth conectado mientras conducimos?, probad con esto es una sensación extraña, falta algo, pero cuando llevamos unos viajes haciéndolo notamos que la rutina es fácil y que no hay una dependencia tan grande como la que nosotros mismos queremos creer.