Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
“Nada impide tanto ser natural como el deseo de parecerlo.” François de la Rochefoucauld
Soy malo. No malote, eso tiene un glamour del que yo carezco. Pero, para compensarlo, yo le añado un toquecito de vileza.
Te estarás preguntando porqué me califico de ese modo. Que no me estoy haciendo ningún favor. Y es cierto. Pero es que me comparo con él y lo suyo sí que es bondad. Tanta que, aunque suene mal decirlo, empalaga un poco.
¿De dónde le viene tanta bondad? Creo que no es genético. Los que le conocen comentan que tuvo sus momentos de ruindad, que no canallas. Que fue una época en la que lo bueno y él no compartían el mismo escenario. Pero ahora, hay que verlo. Solo le falta la aureola de Gandi.
Dicen que todo empezó cuando le asignaron el asunto de la responsabilidad social corporativa en la empresa. Ahí relajó su vestimenta, incorporó alguna que otra pulserita multicolor a su muñeca y se doto de un vocabulario insustancial. No es que al inicio creyera mucho en ello, pero rápidamente empezó a cogerle gusto. Posteriormente asumió lo de la paridad y ahora, además, es el abanderado de la caza de los micromachismos en la organización.
Ya, ya sé que, a veces, y la mayoría sin querer, se nos escapan expresiones que deberíamos mejorar. Todas son innecesarias, aunque generalmente sean inofensivas, pero él ha sabido detectarlas y ver maldad hasta en aquellas que todavía no se han producido. Su instinto cazador hace que algunos le llamen “el Neotorquemada” de la responsabilidad, paridad, e inclusión. Más producto de malas querencias que de otra cosa. Supongo.
Que conste que no digo que su dedicación no sea necesaria. De hecho, lo es y mucho. Lo que me escama es que lo suyo sea más impostado que real, más oficio que corazón y más moda que conversión. Aunque, he de decir, que no soy muy amigo de las conversiones. Acostumbran a ocultar un gran interés y muy poca convicción. Pero todo esto es solo un cavile mío.
Ahora ha montado toda una industria de la bondad con unos procesos de expresión plagados de clichés y formas estereotipadas y banales de actuación. El paroxismo llega cuando vamos de la sala de trabajo a la cafetería de la empresa: ahí, en el dintel, se mezcla lo responsable, paritario e inclusivo del trabajo con lo orgánico, sostenible y healthy del desayuno. El conjunto es un producto banal y dudo mucho que tenga alguna enjundia.
Pero esto te lo cuento porque estoy en un dilema: ¿sigo siendo un malo anodino y un poquito vil, con defensores y detractores claros o paso a ser un bondadoso impostado de obediencia borreguil que cae bien y busca el aplauso de todos, pero sin amigos o enemigos concretos? No lo tengo claro. Tú, ¿qué me recomendarías?