Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
“No hay nada más insultante y deprimente que la vaporosidad.” Chejov, A.
Hoy comienza el nuevo jefe, aunque lo de nuevo es un decir. Lleva más de diez años en la compañía. Lo propio sería llamarlo el recién llegado.
-Buenos días. Soy el nuevo jefe y quiero que sepáis que, con mi llegada, la Dirección se plantea grandes retos para este departamento. Son novedosos y ambiciosos.
-Buenos días -respondemos todos un poco a la expectativa.
-Vengo a darle una vuelta a todo y abrir las ventanas a nuevas ideas, a diferentes métodos y a técnicas innovadoras. Priorizaré el desarrollo del talento a partir del potencial de cada uno. Todo ello con tres propósitos: una retribución justa, una estructura optimizada y, evidentemente, la felicidad de todos en el departamento.
Con este discurso-sauna, ni que decir tiene que se gana un gran aplauso a la vez de algún “¡qué visión de futuro!”, “¡qué gran estrategia!”.
– ¡Ánimo! Confío en vosotros. Sois los mejores. Para cualquier duda, la puerta de mi despacho está siempre abierta -concluye mientras entra en él.
En tanta vaporosidad, no obstante, yo noto grandes ausencias: nada de planes de acción, tampoco referencias a los métodos de ejecución. Respecto a la retribución justa, la optimización departamental y a los indicadores que se tendrán como referencia, ni una sola mención. Lo de la felicidad es un “brindis al sol”, tan indefinido como voluntarioso.
Ya solos, y yo víctima de esa propensión innata que tengo para “meterme en jardines”, pregunto a uno de mis compañeros:
-Pero, exactamente, ¿qué ha dicho? Hablar, ha hablado; pero decir solo ha dicho que “está a favor del bien y en contra del mal”. Toda una novedad.
-Bueno, yo creo que nos ha marcado “el norte” hacia donde ir. Se nota que es una persona de gran visión estratégica -responde.
Yo, que no espero ni deseo la llegada de un ser excepcional que nos lidere, le comento:
-Pero, ¿no sería preferible que, en vez de imponernos su visión, nos ayudara a esclarecer la que ya tenemos, la enriqueciera con la suya y, conjuntamente, la operativizáramos en objetivos en los que todos nos veamos reflejados?
-Es que el liderazgo tiene sus complejidades. No todo el mundo tiene buenas ideas para ello.
-Yo entiendo que una idea es buena si nos vemos reflejados en ella y a todos nos hubiera gustado tenerla antes. Además, claro, de ser expresada en términos comprensibles y aplicables. Es decir, huyendo de la grandilocuencia y de las palabras vacías.
-Es que, cuando una persona es un líder necesita un lenguaje especial para ejercerlo -dice contrariado por mi incapacidad de comprender algo tan evidente.
Ahora ya lo veo, no soy un líder porque lo mío no llega a vapor al quedarse en simple vaho. Lo reconozco, mi mente es rígida y se mueve mal en la ambigüedad. Además, no está preparada para soportar tanta vaporosidad. Todo un desafío. Sobre todo, lo último.