Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
“Todos somos creadores en cuanto a posibilidades, no en la capacidad efectiva de realizarlas” Savater, F.
Viernes, cinco de la tarde. Hace sol y ha alargado el día. Hoy salimos una hora más tarde de lo habitual. Estamos en un taller de creatividad.
– ¡Venga! Vamos, hoy es el primer día. De aquí han de salir todas las ideas fuerzas que conformarán nuestra alma departamental. Seamos creativos -anima el jefe.
Desde que se emperró en dotar a nuestro departamento de alma, le ha dado por apuntarse a conferencias de los gurús más insospechados y compra libros de esos que prometen la felicidad, la riqueza o la efectividad en un pis pas. Pero, lo ultimísimo que se le ha ocurrido es montar talleres de creatividad dentro del departamento. ¡Ah! Eso sí, una parte en horario de trabajo y otra en nuestro horario de ocio. Dice que es lo justo.
– No tenemos que esperar a la inspiración. ¡Persigámosla! -dice con suavidad impostada.
Cree que la creatividad nos va a dar esa impronta, ese sello distintivo que el alma departamental exige. De lo contrario, seremos un departamento más. Y ya se sabe, la mayor parte del presupuesto de la organización se la llevará el departamento que la tenga más significada. El alma, evidentemente.
-Ahora no penséis. Hacerlo demasiado es enemigo de la creatividad. Dejaros fluir, que las ideas vengan voluntariamente a vuestra mente -susurra.
Le veo allí, elevando tanto sus ojos hacia el cielo que apenas nos permiten ver sus pupilas. No sé si imitarlo para que me venga la inspiración o echar a correr para escapar de aquel remedo de aquelarre. Pero, claro, esto último no quedaría bien. Por ello, creo que sí que voy a tener que dejarme fluir porque ahora soy demasiado consciente de mí mismo, y eso negativo.
-Mirad a la izquierda, mirad a la derecha, mirad abajo y mirad arriba e imaginad. Todo podéis imaginarlo sólo con intentarlo. ¡Sacad ese “niño creador” que lleváis dentro! Fluid -prosigue.
Para mí que ha leído en algún libro la fábula del “niño creador”. Sí, esa que sostiene que al niño hay que dejarle que desarrolle su genialidad innata. Cero planes, menos normas y, por supuesto, total libertad.
-Libraos de las rutinas de pensamiento opresivas. Sed grandes. Alejaos de la mediocridad del día a día -concluye.
Veo que este asunto consiste en no contradecir al jefe, seguirle discretamente la corriente y participar en su performance; y, por supuesto, reprimir la risa cuando se pone más transcendente. Vamos, que todo sea por la creatividad.
Llegado este momento, yo me pregunto, ¿y si en vez de montar este lío pseudo zen destinado a pensar de manera diferente o extraña, nos limitáramos a hacer las cosas sencillas y las que ya lo son, hacerlas todavía más sencillas? Tal vez no sea muy creativo, pero sería genial. Aunque, claro, eso no tiene glamour, ni es ecléctico ni modernete. Y así, no vamos a ninguna parte.