Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
“Hay quienes necesitan tener siempre a alguien a quien salvar. Otros viven de decir que van a hacerlo”.
Esta vez no te hablo del jefe. Harto tiene con lidiar con el director general. De hecho, a veces lo admiro por los retos que le toca asumir, otras lo compadezco por los sapos que se tiene que tragar. Como te digo, hoy no hablo del jefe.
Tampoco quiero hablarte de nosotros, los colaboradores, que, por el hecho de ser tales ya se nos atribuyen todas las bondades; o al menos eso pensamos. Ser colaborador es ser víctima y ser víctima rinde. Faltaría. Y, a partir de ahí, venga virtudes: trabajador incansable, profesional responsable, más que compañero, amigo y, si me apuras, hasta buen padre. Aunque, todo sea dicho, hay algunos colaboradores que en vez de ser víctimas del jefe son más bien su verdugo. Pero eso lo dejo para otro día.
Más que hablar de las virtudes y los buenos sentimientos que atesoramos los colaboradores, siempre ocultos a los ojos de nuestros jefes, quería hablaros de esa figura con la vista y sensibilidad necesaria para captarlos y que toda organización que se precie dispone a tal efecto.
Como bien has podido adivinar, se trata de ese caballero blanco sindicalizado. Pero, antes de que se me malinterprete, quiero dejar constancia de que estoy a favor de esa figura y de sus funciones. Decir también que, aunque es merecedora de un estudio más amplio, hoy me voy a limitar solo a su faceta de “funcionario de la bondad, defensor de los vulnerables y azote de malvados y poderosos”.
Para ello, si me lo permites, tomaré como referencia al de nuestra empresa que, todo sea dicho, se mete de lleno en el papel. Ya sabes, ahora ya no se lleva lo rudo y el vocear cuando se habla, sino poner cara circunspecta al escuchar y dejar salir un poco salivilla bondadosa por las comisuras cuando se apela a los buenos sentimientos y a la solidaridad de clase. Todo un papelón, te lo aseguro.
Lo suyo es estar a favor del diálogo trabajador-empresa, expresión de su agrado cuando se pone mitinero; de la convivencia entre colaboradores y responsables, cuando esconde algún apaño con estos últimos; de la solidaridad con compañeros que cobran menos, cuando quiere hacernos chantaje emocional; y, finalmente, de la paz social. Y, a ver, entre tú y yo, ¿quién puede estar en contra de la paz social?
Pero, cuando le toca abordar lo cotidiano, donde el lenguaje vaporoso no dice ni defiende nada, acaba pactando aquello no tan bondadoso ni tan de clase. Siempre asegura que aceptarlo ha sido un mal necesario. Vamos, que es cómplice benevolente con los desvaríos de la dirección y apela a nuestra comprensión para que aceptemos lo pactado.
No obstante, llegados a este punto, cabe preguntarse qué tenemos, ¿un caballero blanco o un industrioso de la bondad? Yo no lo tengo demasiado claro, ¿y tú?