Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem
Uno no pinta lo que ve, sino lo que siente. V. Van Gogh
De acuerdo, lo soy, vale, si, pero espera un segundo. Necesito que intentes entender esto, ¿de acuerdo? Ya sé que soy parcial y que a veces bastante subjetivo. También sé que me paso de susceptible, ¿vale? ¿De acuerdo? Pero es que…, te cuento:
Tengo un jefe un poco particular y trabajo en una organización ubicada en la meca de los negocios. ¿Qué es buena? Sí, lo sé, pero me resultaría más fácil tener cierta veneración hacia ella si mi jefe no se obcecara tanto en recordarme lo importante que es. En la Compañía reina una mezcla peculiar de tediosa petulancia y autobombo que, en si misma ya es cargante, pero que en un ejercicio incansable de autocomplacencia de los jefes, la hacen irritable. Ya, ya sé que es sólo mi visión de ello, pero es que me pone….
A la Compañía, ¿cómo te diría?, le gusta ir de gran compañía ya desde la entrada donde el servicio de seguridad sobreactúa cuando viene alguien nuevo a visitarnos. Creo que excepto el cacheo personal, aunque tampoco lo descartaría, el resto de las medidas de seguridad las incluye su protocolo de actuación.
Si un visitante ha superado con éxito el trámite anterior, las paredes de los pasillos le regalan una visión completa de acreditaciones, posters y carteles con imágenes de grandes logros. Algunas resultan interesantes, otras repetitivas y otras, simplemente, superfluas. Creo que tienen más la función de impresionar que de informar. La sala principal, por ejemplo, tiene una colección de todos los premios ganados a lo largo de décadas y, todo sea dicho, más de uno son el segundo premio de un concurso al que sólo se presentaban dos. Pero esto el nuevo visitante no lo sabe.
Por su parte, mi jefe es buena persona. Si, ya, un poco particular, pero buena persona al fin y al cabo. Simplemente tiene la imperiosa necesidad de poner en la pared de su despacho hasta el último título, diploma y premio que ha conseguido en su larga carrera. Lo de larga te lo recuerda cada vez que se pone nostálgico y comienza con aquello de “cuando yo entré en esta empresa, hace cuarenta años, las cosas sí que eran diferentes. Apenas teníamos….”.
Cada vez que entras en su despacho estás obligado a mirar a la pared y decir algo para indicar que estás impresionado. No, no es que él te obligue a decirlo ante tal avalancha de títulos, pero si no lo haces él pasea lentamente su mirada por los diferentes títulos y diplomas, te mira interrogativamente y guarda silencio. Es una mirada que como la luz del faro de un puerto va recorriendo toda la pared descubriéndote todos los títulos allí colgados.
Sé que sólo son mis sensaciones, que tal vez me lleven a conclusiones erróneas, pero es que me provocan a indagar y, cada vez que lo hago, veo más títulos ostentosos en las paredes y más jefes enamorados de su biografía.