Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
“Las vacaciones de verano son el imperio de lo efímero y de la fantasía estética”
Fui a la fiesta porque me dijeron que allí uno se socializaba. Mi vecino me advirtió que eran un poco pijos, pero que era necesario en aras a una buena vecindad. Yo me prometí que este año no me perdería tal ocasión. ¡Ah! se me olvidaba deciros: era la fiesta veraniega de cada agosto en la piscina comunitaria.
-Bueno, ¿y cómo se ha de ir? -pregunté-. Yo me defiendo en las fiestas no acuáticas, pero, las de agua, no las domino.
-Nada, te pones un bañador decentito y ya vas bien -añade-. ¡Ah! evita llevar ese desgastado que luces desde que viniste a esta urbanización.
-Oído. Seré puntual -dije, aunque me conozco y sé que llegaré cuando haya empezado y todos estén entretenidos.
Cuando llegué la piscina estaba decorada con globos y guirnaldas. En el agua había flotadores, pelotas hinchables y algunas velas en los bordes que se encenderían al anochecer. Todo era fútil: los globos y guirnaldas, los atuendos raros y bañadores seductores, las brochetas de frutas multicolores, el humus etíope para untar y los canapés completaban el espectáculo mágico de la fiesta. El ambiente se desenvolvía entre la afabilidad y la teatralidad.
-¡Ey! Estoy aquí -me gritó mi vecino desde la otra parte de la piscina.
Estaba en un grupo donde todos lucían bañadores de formas extravagantes y algún que otro perifollo. Allí me enteré de que existían los bañadores de “fiesta de piscina”.
-Vale, voy para allá -respondo mientras algo me dice que mi atavío “Decathlon fin de temporada”, a pesar de ser recién estrenadito, no era el aparente para tal evento.
-¿Qué tal? Soy el vecino del 32 y es el primer año que vengo a la fiesta. Está muy bien montada. Muy divertida -añado.
Encantado, me respondieron casi al unísono sin mirarme apenas. A partir de ahí, cada uno se dedicó a seducir de forma exprés a los demás.
-¡Qué! ¿Qué te parece la fiesta? -me pregunta mi vecino y cuasi anfitrión.
-Bien, divertida -respondo-. Pero veo que la gente se ha “endomingado”. Algunas parece que han pasado de mamáspendientesdelniño a ninfas sensuales y elegantes y otros han trocado su bañador casual por otro más viril, deportivo y juvenil.
-No. ¡Qué va! Solo se han arreglado un poquito -me responde condescendiente mientras mira su móvil.
Iba a contestar, pero me di cuenta de que allí el objetivo era fascinar a los demás sin dedicar apenas tiempo, intercambiar pequeñas frases distendidas y mostrar, con una risa un poco tonta, las imágenes banales que nos aparecen en el móvil. En definitiva, seducir en un minuto. Y yo, sin móvil, mi bañador Nabaiji tipo slip, mis chanclas Quechua y mi toalla de imagen surfera estuve lejos de lograrlo. ¡Eso sí!, fui la vedette por un minuto de la fiesta.