Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
«Tirar a los demás no te eleva a ti más alto.» Proverbio.
Una mañana, apenas llegué, el jefe me dijo que ese día trabajaría fuera del despacho y me invitó a ir con él:
—¿A dónde? —le pregunté.
—A visitar a una cuadrilla de impresentables. Y su presidente el que más -concluyó.
Su forma de querer resaltar le hace proclive al exceso, sin reparar que para este propósito la relación es asimétrica entre lo bueno que quiere aparentar ser él, y lo malos, que nos quiere hacer creer, que son los demás. A partir de un punto, no por incrementar el número de malos uno es mejor.
—¿De qué empresa? -me atrevo a preguntar.
—Vamos a la Fundación -respondió.
Evité que la sonrisa apareciera en mi rostro. Es que no logro evitar regodearme cada vez que dice aquello de la Fundación, por la Fundación Botán. También dice el Sociedad, por la Sociedad Filatélica. Supongo que cree que esa forma de expresarse le da caché.
—¿La Fundación? ¿Qué fundación? -pregunto.
—La Fundación Botán, hombre —respondió mirándome con esos ojos que ponen los jefes cuando quieren hacerte sentir que no das la talla.
—¡Ah, vale! -respondí, intentando dar la sensación de que mi grado de familiaridad con “La Fundación” estaba a la altura de su invitación.
No tenía del todo claro a qué se dedicaban. Sabía que, en las reuniones que manteníamos con ellos, siempre comenzaban diciendo aquello de “somos una entidad sin ánimo de lucro y lo que nos guía es el bienestar de …..”. Con el objetivo de aparentar saber más de lo que sabía me atreví a decir:
—En estos últimos años La Fundación ha crecido mucho.
Me miró con una sonrisa despectiva.
—Son unos charlatanes —respondió—. Lo único que hacen es presumir.
—No sabía —contesté, como pidiendo perdón por mi observación.
—Y su presidente es un verdadero indigente intelectual —añadió—. Lo único que le separa de sus incompetentes colaboradores, es su astucia.
—Algo había notado —respondí para no alejarme demasiado de su línea de descalificaciones.
—Si yo te contará…, aunque no quiero hablar mal de nadie —prosiguió— pero en la Fundación no se salva ni el conserje. ¡Menuda pandilla!
Me hubiese gustado decirle que su éxito no depende tanto de la opinión que él tenga de los demás como de la opinión que los demás tengan de él. Pero renuncié a hacerlo.
También le recordaría que ser alguien, no garantiza estar bien y que un ego infinito siempre topará con un número finito de personas a las que tachar de impresentables. Pero desistí de ello, al menos hasta que no lleguemos a algún lugar que haya desinhibidores de egos, eso es un ejercicio peligroso.