Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
-¡Eh!. Hay convocada una reunión urgente y nos esperan en la sala –Alguien grita desde la puerta de la sala.
Es una mañana aburrida y estoy sentado en mi mesa. Nada del otro mundo, pero es una mesa al fin y al cabo. Me han dicho que hay empresas en las que las mesas son del primero que llega. No, no en propiedad, sino para su uso ese mismo día. Al día siguiente la suerte puede depararle otra mesa. En mi caso estoy ocupando esta, cuando entra el jefe y dice:
-Chicos, vamos. ¿Sabéis que tenemos difícil lograr los objetivos de este año?
-Nosotros estamos aplicando el plan tal como se nos comunicó –respondimos.
-Pues así no podemos seguir. Algo tendremos que hacer. Deberemos consensuar la estrategia de aquí a final de año.
A mi ese “algo tendremos que hacer” me resulta tremendamente sospechoso. No es porque no me guste participar en la toma de decisiones, sino porque la invitación acostumbra a venir solo cuando los objetivos no se logran.
-Cuenta con nosotros –responde mi compañera-. Yo creo que no ha podido sustraerse de ese guapo subido que tiene el jefe. Porque guapo, lo es. Todo esto según ella. A mí no me lo parece tanto, aunque si la reunión la hubiese planteado la jefa también me habría sido difícil. Y no por razones de jerarquía, claro.
Uno a uno entramos en la sala de reuniones. Primero los más próximos al jefe y después la obnubilada seguida de todos los de “si hay que ir se va”. Creo que a nadie le gustaba la idea, pero ninguno está en condiciones de sustraerse a tal invitación.
-¿Dónde nos sentamos? ¿Da igual el sitio? -pregunto.
-Ya sabéis que aquí la jerarquía no tiene mucha importancia –dice el jefe con voz suave como queriendo evitar aparecer como jefe-. La decisión que tomemos será consensuada.
En la reunión se produce el déjà vu acostumbrado. Es una mezcla voluntariosa de aligerar los costes, reducir los periodos de entrega, vender más y posicionar mejor la marca. Todo ello en una atmósfera que combina un injustificado optimismo por parte de algunos, con un silencio cómplice por parte de otros y una autocensura manifiesta por parte de todos.
-Bien, empecemos por producción –dice el Jefe-. Deberéis reducir los costes.
A los de producción les hubiese gustado discutir el cómo, pero se callan por no ser siempre ellos los que protestan.
-Sigamos por logística. Los plazos deben acortarse –observa el jefe.
Los de logística se están todavía preguntando cómo hacerlo más allá de tener buena voluntad de hacerlo.
-Finalmente, sentencia el jefe-, los comerciales debéis vender mucho más.
Los comerciales se agitan más de lo acostumbrado en sus sillas. ¡Cómo que fuera tan fácil!. Ahí le querían ver al jefe.
Al final el jefe anuncia la decisión tomada por consenso: Hemos de producir más barato, servir más rápido y vender más.
-Beeeeeeee. Responden todos al unísono.