Por: Alejandro Martín – Socio-Director de TDSystem
En el mundo no hay nada tan difícil como la franqueza, ni nada tan fácil como la lisonja. Dostoyesvski (novelista ruso. S. XIX)
A la pregunta del Sr. Burns de ¿Quién es ese hombre?», Smithers responde con voz servil «es Homer Simpson, señor, uno de los holgazanes del sector 7G».
Tanto en la ficción como en la realidad siempre encontraremos a algún Smithers.
Hemos visto cómo grandes presidentes, o al menos glamurosos como JFK, se dejaron asesorar por aduladores y tomaron decisiones que supusieron errores históricos. En la cotidianeidad de la organización personajes como Smithers encarnan a ese tipo de pelotas, aduladores y abrazafarolas de distinto pelaje cuyo mérito esencial reside en la ausencia de crítica hacia la jerarquía.
Siempre la evitan aunque ésta se necesite. Su premio: medrar, no esforzarse ni asumir riesgos. Es una situación fácilmente constatable en las organizaciones, pero hay que reconocer que más en unas, que en otras.
¿Quiere ello decir que todos los pelotas se agrupan en algunas organizaciones dejando libres a las demás?. No parece ser esta la respuesta más acertada. El hecho de que haya más en unas que en otras se debe a un conjunto de factores, entre los que podemos destacar:
- El posible narcisismo de algunos jefes que están necesitados de permanente confirmación de su gran valía. No se conforma con estar encantados de haberse conocido, sino que exigen una confirmación exterior. Es ahí donde hace fortuna el Smithers de turno.
- La mitificación de algunos cargos a los que se vinculan privilegios y prebendas varias. Acercarse a ellos es difícil, punto menos que imposible. Siempre hay herméticas assistants que regulan este acceso.
- La aparición de un protocolo no oficial, pero muy eficiente, para referirse a las acciones o logros de la jerarquía con términos tales como “ideas geniales”, “propuestas avanzadas” o “resultados excelentes”. Todo conforma una dinámica autocomplaciente que hace difícil distinguir entre la realidad objetiva y esa adulación en el sentido del “traje nuevo del emperador”.
- La elaboración de un vocabulario específico para calificar a las personas que discrepa con términos como resentidos, negativos o simplemente amargados.
- Finalmente, la existencia de algunas personas con perfiles que van desde aquellas que tienen necesidad de una alta deseabilidad social -especialmente de la jerarquía-, a aquellas otras de carácter marcadamente sumiso que rehúyen hasta la más ligera discrepancia.
Minimizar los factores anteriores evitaría altos niveles de pelotofilia en la organización. No obstante, siempre existirá algún personaje irredento realmente pelota que, a cambio de alagar desmedidamente tu ego, intentará medrar y evitar responsabilizarse de las consecuencias de sus acciones.
Bien sabemos que la adulación forma parte de la vida social, de hecho, no veríamos con buenos ojos a una persona que para saludarnos nos diga “qué mala cara que tienes, estás más gordo y veo que últimamente se te está cayendo el pelo”. Puede ser objetiva la observación, no lo dudo, pero no esperamos eso de buena mañana. Esperamos y deseamos oír algo amable y comedido, pero no intencionadamente desmesurado destinado a engordar nuestro ego y conseguir algún tipo de privilegio o exención.
Que deseamos un trato amable es un hecho, pero de ahí hasta el “engorde más o menos descarado de nuestro ego” va un gran trecho.
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