Por: Alejandro Martín. Socio Director de TDSystem
“La risa es, por definición, saludable”. Lessing, D.
Son las nueve de la mañana y el sol se alza sobre botellas de cerveza vacías, envoltorios de hamburguesas y algún que otro resto de mojitos. El camarero se afana en limpiarlo todo antes de que los madrugadores lleguemos al chiringuito.
A primera hora estamos los siempre: un par de insomnes, varios que huyen del levantar ruidoso de sus hijos y algún que otro que no tiene nada mejor que hacer, como es mi caso. Según avanza la mañana, el asunto se va “animando”, dice el camarero. Aunque hoy hay más gente y el ambiente está poblado de risotadas, risas y risitas.
Como de costumbre, saludo, pido mí café y busco situarme en mi mesa habitual, entre los madrugadores nos respetamos el sitio, pero hoy, está ocupada. Una pareja lo ha hecho sin ningún pesar ni complejo. Me molesta, pero me adapto buscando otra. Los habituales hemos convertido el chiringuito en nuestro hábitat natural. Su proximidad al agua nos permite disfrutar de una leve brisa, pero no nos obliga a bañarnos.
Hoy, debido a la abundancia prematura de gente, la pequeña y superficial conversación que seguía al saludo con los habituales, no puede producirse. Todo está trastocado: estoy en una mesa extraña y sin conversación. He de centrarme en algo que hacer. Pero, pienso, ¿qué?
No había terminado de responderme cuando me llama la atención la heterogeneidad de las risas que escucho. Todas son diferentes y componen un mosaico con sonoridades regionales que te permite deducir el lugar de origen de sus emisores. Superpuesto a ese, se forma otro por la posición social del riente: a mayor compostura, la risa queda contenida en cortos e intermitentes resoples, como queriendo evitar el descontrol de una risotada abierta. En las mujeres se acampanillea y es menos discreta, aunque siempre controlada.
Si vas al detalle, en otro grupo puedes escuchar risitas nerviosas, como la de aquellos que están conociéndose y utilizan la risa para socializar, pero no las tienen todas consigo. Son compañías vacacionales que, dependiendo de cómo vaya, pueden pasar de semiamigos a amigos o descender a simples conocidos.
Junto a mí, hay una señora con dos niños que no paran de pelearse y ella, cuando siente nuestras miradas recriminatorias, ríe histéricamente a la vez que se disculpa por el comportamiento de los niños. Una lástima, no logra ni disculparse ni disfrutar de la risa. Poco más allá, están sentadas dos parejas cuyas risas, entre pícaras y maliciosas, no dejan adivinar quién es pareja de quién. O es que tal vez aquello sea un totum revolutum. Bueno, da igual. Por último, en la mesa más alejada, un grupo que se ha quitado la máscara de las convenciones sociales y, literalmente, se está desternillando con grandes risotadas de los asuntos propios y ajenos.
¡Que aprovechen! Fuera de las vacaciones solo hay lugar para las sonrisas; con las que no te partes, pero están mejor vistas.